Cinco meses de resistencia

Hace cinco meses desperté en mi apartamento con el sonido de disparos y gases lacrimógenos en la ciudad de Managua, Nicaragua. El jueves 19 de abril, después de una noche de intensa represión de las protestas estudiantiles pacíficas, los grupos pro gobierno y las fuerzas paramilitares asociadas con el presidente Ortega mataron a tres manifestantes, y con el correr de los días, semanas y meses, vino el derramamiento de sangre y el caos.

¿Cómo se llegó a esto?

La semana anterior a ese jueves la tensión fue alta debido a la supuesta mala gestión de un incendio en una reserva natural protegida llamada Indio Maíz en la costa del caribe. La noticia de las reformas a la seguridad social nicaragüense para aumentar los impuestos y reducir los beneficios sin el debido proceso, solo aumentó la tensión.

En la primera noche de protesta, las fuerzas paramilitares y la Policía Nacional arrestaron a cientos de manifestantes, atacaron a periodistas, destruyeron el equipo de los equipos de noticias y sembraron el terror en toda Managua.

Álvaro Conrado, conocido como el niño mártir de las protestas, fue uno de los primeros en ser asesinado a manos de las facciones progubernamentales. El 20 de abril, recibió una bala de goma en el cuello y murió a los 15 años. No estaba armado ni protestaba contra el Gobierno, simplemente estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado: acarreaba agua para los manifestantes universitarios. El rostro de Álvaro Conrado se ha convertido en un símbolo para los manifestantes y se puede ver en todo el país. Para muchos es un recordatorio de por qué las protestas son tan importantes y por qué la gente no puede rendirse.

El mismo día que mataron a Álvaro, la embajada de Estados Unidos organizó mi transporte fuera de Managua. En cuestión de horas, llegó un camión con dos guardias armados para llevarme lejos de mi apartamento a un lugar más seguro. Ese fin de semana, las protestas y la violencia se intensificaron hasta que el embajador estadounidense decidió evacuar a todos los afiliados a la embajada, incluidos yo y los otros tres becarios de Fulbright en Nicaragua. El 25 de abril estaba en un avión de regreso a Estados Unidos, dejando atrás mis artículos personales, libros, notas de investigación y a mis amigos de quienes no pude despedirme.

¿Quién soy?

Antes de la explosión de los disturbios y la represión violenta, vivía en Managua y estudiaba la percepción e inclusión de las personas con discapacidad y la aplicación de la ley de discapacidad vigente. En muchos sentidos sentí que mi beca Fulbright era la culminación mi trabajo voluntario de varios años en Nicaragua.

Había aterrizado en Nicaragua en octubre de 2017, era la cuarta vez que llegaba en los últimos tres años. Pero poco después de mi llegada sentí un cambio en el país: algo era diferente.

Comencé mi estudio con un análisis de la constitución de Nicaragua antes de sumergirme en los aspectos específicos de la ley de discapacidad de Nicaragua. Mi base era la universidad jesuita en Managua, la Universidad de América Central (UCA). Mis colegas se rieron cuando les conté que estaba analizando la constitución. Dijeron que estaba perdiendo el tiempo porque el presidente Ortega ha ajustado la constitución a sus necesidades. ¿Por qué confiar en las leyes?

La desilusión, apatía y frustración que percibí se tornaron más claras un mes después, cuando participé en la marcha de las mujeres en Managua. Mientras mis amigas y yo marchábamos en la carretera principal de Managua nos encontramos con un grupo de policías antidisturbios, quienes levantaron sus escudos y se colocaron las máscaras antigases al mismo tiempo. Deseaban infundir miedo para dispersar a la multitud. Se sentía como una reacción exagerada una marcha pacífica. No sabía que este evento presagiaba más reacciones violentas.

La disidencia florece en un ambiente hostil

El pueblo de Nicaragua no está retrocediendo y tampoco el Gobierno de Ortega.

Las marchas y protestas han continuado, aunque en menor número, debido al aumento del miedo y la intimidación. El agua y la energía se cortan estratégicamente en vecindarios y ciudades que expresan sentimientos antigubernamentales. La recién aprobada Ley de Antiterrorismo de Nicaragua ha criminalizado cualquier oposición a Ortega. Estudiantes y profesionales han sido detenidos y perseguidos. Todos los que se oponen al gobierno de Ortega-Murillo, estudiantes, periodistas y defensores de los derechos humanos, son seguidos sistemáticamente, espían sus comunicaciones y los aterrorizan a diario. Muchos de mis amigos han optado por huir de su querida Nicaragua para evitar el acoso constante o se han refugiado en sus hogares para evitar el malestar y la represión que se intensifican cada vez más.

Si no supiera nada mejor …

Ortega dice que los manifestantes son terroristas financiados por el gobierno de Estados Unidos. Sus partidarios, los orteguistas, están de acuerdo con esta caracterización. Sobre la base de una historia regional con una participación negativa  Estados Unidos, tampoco sería difícil creerles. Históricamente, Estados Unidos ha tenido una relación problemática con Centroamérica, que se remonta a más de un siglo, y con frecuencia han tenido que ver con la complacencia de las violaciones de los derechos humanos, siempre que la política coincida con la nuestra.

Después de la ocupación estadounidense de Nicaragua en 1912, por ejemplo, la familia Somoza, una dinastía política apoyada por Estados Unidos, llegó al poder y gobernó como una dictadura de 1936 a 1979. Franklin D. Roosevelt, presidente de Estados Unidos de 1933 a 1945, dijo: “[Somoza] puede ser un hijo de p*, pero es nuestro hijo p*”.

La revolución nicaragüense, liderada por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), fue la culminación de años de creciente oposición a la dictadura de Somoza. La revolución coincidió con la escalada constante de la Guerra Fría y un enfoque de política exterior anticomunista ardiente adoptado por Estados Unidos, una de las razones por las que eligió financiar a la Contra (insurgentes contrarrevolucionarios). Esta guerra se cobró la vida de decenas de miles de nicaragüenses y fue objeto de un feroz debate internacional. Cuando el presidente Reagan asumió el cargo, Estados Unidos siguió una sólida estrategia anticomunista en Latinoamérica y en esa persecución se rompieron numerosas leyes internacionales y estadounidenses en un intento de reprimir y extinguir la Revolución Sandinista.

Todo esto es para decir que si no hubiera estado físicamente en Nicaragua cuando comenzaron las protestas de abril, y si no hubiera sido evacuada una semana después, sería mucho más escéptica de los manifestantes y sus motivaciones. Incluso podría cuestionar si fueron utilizados de forma encubierta por Estados Unidos para derrocar a otro gobierno socialista en América Latina. Sin embargo, por todos los hechos que tengo, todas las narraciones que he escuchado y lo que vi de primera mano, me dicen que esta vez es diferente.

¿Quién está protestando y por qué?

Algunos manifestantes han recurrido a la violencia y algunos policías han muerto durante estos disturbios civiles, pero, en general, las protestas a favor de la democracia han sido lideradas por grupos de estudiantes y jóvenes profesionales que buscan restaurar una democracia verdaderamente representativa en el país. A pesar de ser llamados “terroristas”, los manifestantes que conocí eran solo un grupo de personas que habían tenido suficiente con la corrupción y la impunidad del gobierno de Ortega.

En un debate reciente facilitado por Democracy Now!, Camilo Mejía y Julio Martínez Ellsberg discutieron el malestar actual en Nicaragua y destacaron dos perspectivas muy diferentes sobre la crisis. Mejía apoya a Ortega y es mejor conocido por su activismo como residente de guerra y activista por la paz después de negarse a regresar al combate del ejército de Estados Unidos en Irak. Durante la Revolución nicaragüense, sus padres estuvieron muy involucrados en el movimiento sandinista y después de la victoria sandinista, en 1979, pudieron mudarse a un agradable vecindario de Managua donde Camilo asistió a la escuela con los hijos de funcionarios del gobierno, incluidos los de Daniel Ortega. Su padre, Carlos Mejía Godoy, una celebridad de la izquierda y compositor musical revolucionario, se desempeñó como diputado en la Asamblea Nacional de Nicaragua.

Ellsberg, antes de abandonar Nicaragua, fue asesor de la Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia (CUDJ), uno de los principales movimientos estudiantiles que se oponen al gobierno de Nicaragua y también fue parte de la Plataforma para los Movimientos Sociales, un grupo de diversas organizaciones de la sociedad civil nicaragüense que se organizaron en respuesta a la crisis actual.

Ellsberg habló sobre su experiencia al asesorar a los manifestantes que luchan contra los grupos paramilitares y la Policía Nacional. Mientras Mejía expuso su perspectiva pro Ortega y amplió sus creencias que se resumen en su carta abierta a Amnistía Internacional, Ellsberg cuestionó la legitimidad de la autoridad de Mejía sobre el tema y argumentó que sus puntos de vista y su plataforma combinados eran peligrosos, especialmente porque no se ha involucrado de primera mano con la crisis.

Me parece que la perspectiva de Camilo Mejía se basa en experiencias e información anticuados. De hecho, los puntos de discusión de Mejía se alinean perfectamente con los utilizados por el gobierno nicaragüense, que afirma que la historia se está repitiendo y que Estados Unidos están financiando un golpe contra el gobierno socialista de Ortega.

Socialista en nombre, autoritario en la práctica

Desde que asumió el cargo de presidente en enero de 2007, Ortega ha consolidado estratégicamente su poder. Su partido, el FSLN, tiene mayoría en la Asamblea Nacional, lo que facilitó la eliminación de los límites de mandato y que Ortega gobierne de manera indefinida. Hizo que su esposa, Rosario Murillo, la vicepresidenta de Nicaragua, consolide aún más su poder y ejerciera control sobre el sistema político en el país. Y debido a las duras acusaciones de elecciones fraudulentas, la restricción de los servicios públicos y la corrupción bajo el gobierno de Ortega, Nicaragua ha sido declarada un estado autoritario por varias instituciones internacionales y países, incluido Estados Unidos.

Esto no quiere decir que Estados Unidos no tenga nada que ganar con la crisis actual en Nicaragua. Por el contrario, los inversionistas y compañías estadounidenses han invertido mucho dinero en ese país y se beneficiarían de la caída de Ortega con la esperanza de un sistema más capitalista. Pero, al mismo tiempo, solo porque Ortega se proclamó socialista y dice que lo es para la gente no significa que sea cierto ni lo exime de las acciones de su gobierno.

¿Y ahora qué?

Ortega no ha admitido su posición en las protestas. Dice que no renunciará ni adelantará las elecciones. Esto no sorprende. Pero si él renunciara, ¿quién reemplazaría a Ortega? Él ha creado una cultura en la que solo un partido político ha sido capaz de prosperar, por lo que los otros partidos no han sido capaces de organizarse o crear estrategias suficientes. Además, ante el aumento del populismo a escala internacional, ¿quién puede decir que su reemplazo no restringiría de manera similar las libertades de los ciudadanos ni violaría sus derechos humanos? Esta tendencia también ha llevado a un aumento intenso en la retórica deshumanizadora en torno a los inmigrantes, especialmente alrededor de las personas centroamericanas que huyen de sus países debido a la violencia.

No hay respuestas fáciles y este problema es mucho más complejo que el blanco y negro. En mis esfuerzos de solidaridad trato de centrarme en esta simple pregunta: ¿A quién o a qué sirven mis acciones? ¿Mis acciones sirven a la injusticia y a los sistemas opresivos o sirven a los más vulnerables y conllevan (con suerte) a un mundo más justo y equitativo?

Mi objetivo es servir a mis amigos y apoyar a Nicaragua a través de esta crisis. Elijo abogar por el respeto de los derechos humanos y el estado de derecho, informarme sobre la crisis a medida que se desarrolla, difundir información confiable y estar a disposición de mis amigos y colegas en Nicaragua mientras luchan por la justicia.

Anna Pickett
Asistente de Comunicaciones y Programas