Este artículo fue escrito por GFC y el Fondo Camy de la Fundación Internacional de Seattle.
En 2019, el Fondo CAMY de la Fundación Internacional de Seattle y el Fondo Global para la Niñez (GFC por sus siglas en inglés) junto con otros donantes comprometidos con la defensa de los derechos humanos en América Latina, iniciaron un camino lleno de desafíos y preguntas sin resolver. Fieles a nuestro sueño colectivo de seguir apoyando de manera efectiva a las organizaciones y movimientos juveniles de la región, iniciamos un proceso de investigación realizado simultáneamente en México, Colombia y varios países centroamericanos con el objetivo de escuchar, reconocer y aprender de los esfuerzos juveniles para promover derechos humanos y el bienestar de sus familias, comunidades y medio ambiente.
El proyecto se denominó “Movimientos Juveniles Disruptivos en México, Centroamérica y Colombia” y fue concebido, desde un principio, como una iniciativa de juventudes diversas, con juventudes diversas y para juventudes diversas. En cada país se seleccionó una organización juvenil o una persona joven líder para diseñar los objetivos, la metodología y los alcances de la investigación en un proceso que fomentó relaciones horizontales para imaginar y construir aprendizajes y prácticas colectivas. En cada país, además, se priorizó la experiencia de vida y el trabajo de “calle” o la experiencia de organización política sobre la perspectiva puramente académica.
Más aún, fueron las mismas personas jóvenes quienes decidieron cuándo, cómo y con quién querían compartir los resultados de esta investigación participativa, fruto del trabajo entusiasta y comprometido de más de 25 jóvenes investigadores que supieron adaptarse y perseverar incluso en los contextos más desafiantes. Como donantes, estos son algunos de los resultados y lecciones que aprendimos al participar en este proyecto:
1. APRENDIMOS A AMAR Y HUMANIZAR EL PROCESO
Reconocemos que el proceso fue caótico, largo y complejo. Por esta misma razón, sin embargo, también fue profundamente (y bellamente) humano. El proceso nos tocó, nos conmovió y nos transformó a muchos niveles.
Nos obligó a cuestionar nuestra propia lógica adultocéntrica y a mirarnos y reconocernos en toda nuestra diversidad. Como donantes, aprendimos que el trabajo serio, profesional y comprometido no tiene por qué estar ligado a la presión, la rigidez y el cumplimiento automático, periódico y artificial de metas o actividades que no sirven a un propósito real.
El cambio social lleva tiempo. Requiere espacios para aprender y equivocarse, así como momentos para hacer una pausa, pensar y mirarnos hacia adentro. Exige prácticas de afecto, cuidado y colectividad. Nos insta a reconocer, abrazar y nombrar nuestras emociones.
La pandemia de COVID-19 también nos recordó que la flexibilidad puede ser un motor poderoso para la resiliencia, la innovación y la creatividad. Sin estos valores, promovidos activamente por las juventudes, la investigación nunca habría llegado a buen término.
Nuestro principal aprendizaje fue que la mayor resistencia de estos jóvenes ante la adversidad es existir, soñar y organizarse.
Organizándose, movilizan identidades, cuerpos, arte, territorios y emociones y generan espacios seguros –virtuales, físicos y simbólicos– para el cuidado de sus pares, sus comunidades y sus territorios.
Gracias a las juventudes aprendimos que dinamizando procesos de cambio humanos y comprometiéndonos con la creación de nuevos lazos de escucha, cuidado y reconocimiento mutuo, podemos contribuir a cambiar el mundo.
2. ABRAZAMOS LA REBELDÍA COMO MOTOR DE CAMBIO
A pesar de su diversidad, los movimientos juveniles coinciden en una cosa: no están satisfechos con el mundo tal como es, ni les interesa adaptarse a él. Han sido testigos y víctimas de sistemas que promueven la muerte, la injusticia y el egoísmo como únicas posibilidades, y no están dispuestos a aceptar más esta situación.
Sus estrategias de resistencia son increíblemente diversas. Desde sus trincheras y con sus propios recursos, estéticas y narrativas, las juventudes latinoamericanas está creando sus propios lenguajes de resistencia. No necesariamente buscan trabajar desde espacios o enfoques claramente definidos, ni tener estructuras organizacionales rígidas y verticales. Por el contrario, las juventudes apuestan por la digna rabia, por resistir gozando, y por abrazar la propia existencia a través de la resistencia.
Su mayor rebeldía es seguir viviendo, seguir creando, seguir proponiendo. Y, como financiadores, la mejor manera de honrarlos es estar dispuestos a cambiar y apostar por nuevas prácticas y nuevos aprendizajes.
Gracias a las juventudes, aprendimos que habilitar espacios para el cuestionamiento, la incomodidad transformadora y la propuesta disruptiva resulta esencial para construir estrategias de cambio efectivas, afectivas y poderosas.
3. RECORDAMOS QUE JUNTOS SOMOS MÁS
Esta investigación también ha sido una oportunidad invaluable para comprender que el activismo juvenil en la región es un ecosistema vivo y en constante cambio. Un coro formado por muchas voces. Un camino hecho por muchas manos, por muchos sueños, por muchos esfuerzos.
Reivindicando sus propias identidades y luchas personales, los movimientos de jóvenes rurales, jóvenes LGBTQ+, jóvenes ambientalistas, jóvenes feministas, jóvenes indígenas, jóvenes artistas y otros grupos también trabajan por la promoción de diálogos transformadores y luchas interseccionales. Tejen puentes para derribar muros.
Este proceso de investigación nos hizo darnos cuenta de que es posible diseñar e implementar iniciativas conjuntas, que podemos pensarnos colectivamente y que es necesario avanzar en la creación de una verdadera comunidad de donantes que apueste por soluciones sistémicas y de largo plazo.
Gracias a las juventudes aprendimos que nuestra responsabilidad no termina con el apoyo técnico o financiero. También podemos ser miembros activos de diversas redes colaborativas basadas en el diálogo y el intercambio de saberes, prácticas y experiencias de resistencia. Podemos reflexionar, cuidarnos y actuar juntos.
Participar en esta investigación ha cambiado la forma en que trabajamos como donantes. Para el equipo de Américas de GFC, la investigación permitió comprender profundamente las necesidades y experiencias de las juventudes y desarrollar estrategias de apoyo participativas, integrales y efectivas encaminadas a fortalecer su liderazgo. Para el Fondo CAMY de SIF, esta investigación ha profundizado la comprensión de las perspectivas de los jóvenes. Además, se ha creado un departamento de gestión de proyectos de investigación y se ha reforzado un modelo de financiamiento flexible basado en la confianza, y priorizando organizaciones de base, colectivos y grupos emergentes.
Para las juventudes participantes, este proceso les permitió recordar que no están solxs. Contribuyó a tejer alianzas y a comenzar a construir una memoria de resistencia. Les recordó que tienen derecho a celebrar sus victorias, amplificar sus luchas e imaginar nuevas posibilidades. Y a nosotrxs como financiadores nos dio la oportunidad de apoyar generando espacios en los que se reconozca su capacidad y liderazgo.
Este es solo el comienzo de un camino que nos ilusiona y anima. Juntxs seguiremos cuidando y cultivando esta semilla de cambio para que siga revitalizando nuestros corazones y dando sentido a nuestros esfuerzos.